Cincuenta matices de Grey

Voy por el 44% (1) del Libro I de la trilogía Fifty Shades of Grey.  Su autora, E.L. James, es una escocesa desconocida del público (2) que se JP-GREY-articleInlineestá haciendo megamillonaria a grandes zancadas. Adjunto foto. Los datos son confusos, pero parece ser que la versión electrónica de la trilogía ya ha vendido 750.000 ejemplares en USA, que ahora la relanzan en papel y que las perspectivas son imparables. El propio New York Times acaba de hacerse eco asombrado del fenómeno.

Anastasia Steele, estudiante de literatura inglesa, mocita de veintiún años, virgen hasta de sus propios deditos, mona sin llegar a despampanante (la despampanante es su amiga y coinquilina Kate), concentrada desde luego en sus estudios, conoce un mal/buen día a Christian Grey, ricohombre industrial, treintañero, poderosísimo, guapísimo (3). Por motivos que la autora aún no me ha explicado en lo que llevo leído, el tal Christian le ofrece a Anastasia un trato de sumisión (un acuerdo firmado por el que ella se compromete a acatar totalmente la voluntad del señorito y a aceptar todo lo que a él se le ocurra infligirle una vez encerrados en una sala ad hoc que el buen hombre se ha mandado construir) (sí, suena un poco a Histoire d’O). Para animarla a que firme el contrato, en plan adelanto, Christian la desvirga (4) esplendorosamente y le hace descubrir las sesenta y nueve maravillas del sexo que ella ignoraba.

Según las fuentes, lo que Fifty Shades of Grey ofrece es erotismo gordo o porno blando para mujeres. Bueno. Pues no sé. La principal diferencia con los textos preparados para consumo viril consiste en que las cosas van muy despacito, muy despacito (media página de minuciosa descripción para que la yema del dedo índice de Christian llegue desde detrás de la orejita de Anastasita a la puntita de su clitorisito, pasando por su ombliguín) (página y media para que el supermacho destape por fin su largo y grueso atributo y lo encaje en el inundado estuche de la extasiada hembrita). Cabe suponer que un texto así ponga rijosas a las mujeres usaínas, ya que tanto y tan rápidamente ha funcionado el boca en boca entre ellas; yo, desde luego, no capto en él ni chorrito de erotismo. Será por lo macho que es uno, o, me temo, más bien porque la cursilería siempre me ha desmayado las fuerzas. Y la señora James posee el don de la cursilería hasta extremos que yo nunca había sufrido en un libro. De veras. Ríanse de cualquier novela rosa que hayan leído u hojeado en su vida. Esto es MUCHO más baboso.

Otrosí: la chica es tonta de medio cuerpo para arriba y de medio cuerpo para abajo (a pesar del énfasis con que la autora nos insiste en su condición de estudiante magnífica), pero el tipo, el apuesto ricachón de treinta años, es sencillamente insoportable en su chulería. Varias mujeres inteligentes se me han quejado, a lo largo de los años, de su propia debilidad por este tipo de cretinos guapos y, casi siempre, mal averiguados. Podríamos pensar, pues, que Fifty Shades explota una pequeña patología femenina similar a las fantasías de violación que tantísimas tienen: una cosa es imaginar que quince o veinte albanokosovares la violan a una en un descampado, y otra desear que ello suceda en la vida real. ¿Sueñan las mujeres con cretinos guapos, chulescos, que las desprecian y las humillan sin miramiento, que incluso les pegan y les roban (5), pero luego, para convivir de veras, prefieren chicos corrientitos y deslumbrados y mansos? No lo sé.

Lo que sí les aseguro a ustedes es que del 44% ya no voy a pasar.

(También podríamos preguntarnos si el libro tiene algún mérito literario. Creo que no, ninguno, cero. La autora debe de haber hecho un cursillo en alguna Escuela Maestro Ciruela de Escritura Creativa de las muchísimas que hay por ahí, y digamos que, más o menos, se entiende lo que dice. Nada más.)

(Pueden adquirir la joya en Amazon. No sé si ya habrá comprado los derechos alguna editorial española. Supongo que sí. Y me temo que se pillen los dedos, porque no imagino yo a una europea escalentándose el ánimo con los placeres de Steele & Grey.)

(1) Los kindlectores nunca sabemos en qué página estamos, pero nos consta con mucha exactitud qué porcentaje del total llevamos leído.

(2) No de su marido, es de suponer, porque a él le dedica la obra.

(3) Alto. Ojos supergrises. Sonrisa guau. Boca sensual. Apolíneo. Elegante. Poderoso al que todo bicho viviente hace la pelota gorda.

(4) No puedo escribir una palabra así sin ponerla en cursiva.

(5) Confieso que me ha venido la curiosa tentación de escribir esto en madrileño castizo: las pegan y las roban; queda de un rotundo…

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