Descubro en solidaridad.net un artículo mío sobre Albert Camus que había olvidado por completo. Lo pongo, más que nada, por recordármelo, porque ya sé que estas cosas tan largas no las leen ustedes (y hacen bien, conste).
«La ternura humana», Ramón Buenaventura
Repasando el Albert Camus de mi cabeza, para este artículo, descubro una verdad que me horroriza: un hombre nacido en 1913 y muerto en 1960 no es contemporáneo nuestro (quiero decir: de los vivos ahora, tengamos la edad que tengamos). La obra de Camus está escrita sin posible conocimiento, ni experiencia, de la parte del siglo XX que más sañudamente marca nuestra condición actual. Él conoció las dos guerras mundiales, el fascismo y el nazismo, el estalinismo, el holocausto, la bomba atómica, la Guerra de Corea, Indochina, los inicios del conflicto argelino y de la Revolución cubana, las crudelísimas crisis teóricas de la izquierda…
En general, él vivió una época en que todo el mundo que pintaba algo en el desarrollo de la Historia luchaba por el triunfo de alguna verdad, matando las ideas o personas que fuera necesario eliminar a tal propósito. Los años posteriores a la muerte de Albert Camus trajeron el último chaparrón de revoluciones e ideales –el sesentayochismo-, pero también, y sobre todo, la trituración de los dogmas, de las ilusiones, de las esperanzas, de la fe en el hombre y en su posibilidad de mejora.
Ahora mismo, los occidentales sabemos que todo es falso, que sólo cuentan el éxito, la fama, el dinero y su compadre el poder. Qué antiexitoso, infame, empobrecedor y débil ridículo haríamos hoy si, tras haber descubierto que “los hombres mueren y no son felices”, nos entrara de sopetón la urgente necesidad de poseer la Luna, y así lo proclamáramos. Estoy citando, casi literalmente, una escena de Calígula, la obra teatral más famosa y más representada de Albert Camus: “CALÍGULA.- Sólo es la señal de una verdad que me hace necesaria la Luna. es una verdad muy simple y muy clara, un poco tonta, pero difícil de descubrir y pesada de llevar. HELICÓN.- Y ¿cuál es la verdad? CALÍGULA.- Los hombres mueren y no son felices”.
Señoras y señores, con la mano en el resumido corazón: ¿a quién de nosotros le importa, a estas alturas, que los hombres mueran y no sean felices? Camus fue un hombre profundamente de izquierdas, de estos que no pueden encajar en ningún partido ni dogma, porque todos esquematizan y limitan. Ser de izquierdas es creer en el hombre, en su dignidad, en su nobleza, en sus méritos, en sus posibilidades de cambio para mejor, sin necesidad de ninguna otra referencia metafísica o religiosa, sin necesidad de ningún código de normas que demuestre nada. Ser de izquierdas es escribir El mito de Sísifo, ir trenzando impecablemente sus razonamientos (“no hay castigo más terrible que el mundo inútil y sin esperanza”) y terminar con una arrancada romántica que contradice toda la tragedia planteada: “Hay que imaginarse a Sísifo dichoso”. En efecto, sí; ser de izquierdas es reconocer el derecho a la felicidad improbable e ilógica de los pobres, los feos, los bastos, los desprovistos de talento, los faltos de ambición, los empleaduchos, los que nunca gozarán de esos diez minutos de celebridad que un listísimo propagandista yanqui profetizó para todos los habitantes de nuestra cultura.
Ser de izquierdas es haber escrito el libro más noble jamás escrito, el único texto del siglo XX en que la ternura humana prevalece sobre cualquier otro sentimiento. No el ternurismo barato. La ternura. Hablo de La peste. Es un dramático descubrimiento éste, para mí: uno de mis padres electivos ha dejado de ser contemporáneo mío. Si, al menos, siguiéramos leyéndolo, hasta recibirlo otra vez.
Solidaridad.net