Una curiosidad

Últimamente he contraído la manía de acostarme, leer un rato, dormir tres o cuatro horas y despertarme. A las tres o las cuatro de la madrugada, normalmente. No me queda más remedio que ponerme de nuevo a leer hasta que el iPad empieza otra vez a caérseme de las manos. Entonces apago la luz de la mesilla, reajusto las almohadas, cierro los ojos y trato de reanudar el sueño.

Para evitar que la cabeza me juegue malas pasadas, entercándose en preocupaciones e inquietudes diversas, recurro a trucos. El que mejor me reduerme, desde hace unos días, es imaginar principios de novela. Los redondeo todo lo posible, con sus comas, sus puntos e incluso sus puntos y coma, y mucho antes de darlos por concluidos, en efecto, me quedo roque.

A la mañana siguiente no los recuerdo. Ni idea. Puede incluso que todas las noches confeccione el mismo principio sin ser consciente de la repetición.

Qué más da. Tampoco es que vaya a escribir nada nuevo, a estas bajuras de la vejez.

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