Una novela vendemucha, o El arte de traducir emoticonos

Leyendo la novela vendemucha de una bloguera cuya existencia yo desconocía hasta anteayer —pero que una amiga mía muy inteligente me puso a caer de un burro con demasiada pasión o indignación, arrechándome así la adormilada curiosidad literaria—, se me ocurren dos cosas.
     Primera, que mi susodicha amiga y yo padecemos una dolencia muy frecuente en letraheridos, es decir la hipersensibilidad a la prosa: no somos capaces de leer con algún placer lo que está o nos parece mal escrito; y punto pelota, como diría ella (la bloguera).
     Segunda, que leer un texto así es como leer emoticonos: si quieres literatura, la pones tú.
     Y, sin embargo, comprendo el éxito de la aún no mencionada novela: su autora posee el por mí tan traído y llevado don de la obviedad, merced al cual el lector recibe casi permanentemente la impresión de que lo que está  leyendo estaba a punto de ocurrírsele a él. Es un truco inconsciente, o un don natural que algunos narradores poseen y que explica muchos éxitos del pasado, del presente y con toda probabilidad del futuro; que los señoritos finos de la literatura no asimilamos sin cólera y frustración.
     Puede que volvamos a hablar de este libro cuando lo termine, si lo termino (llevo leída la tercera parte, más o menos). Por ahora, prefiero no decir su título, para no ofender sin ganas.

[Neologismo obvio:
vendemucho, a: lo que vende mucho; nombre y adjetivo. «Ha escrito usted un vendemucho, amigo mío». «Es una novela muy vendemucha». A mí me caería mejor que bestséler, si se utilizara.]

Sobre el don de la obviedad en mi Librillo: https://rbuenaventura.wordpress.com/?s=el+don+de+la+obviedad

2 Comentarios

  1. Juanjo Casas dice:

    Pues cuando he leído lo obvio con tanta claridad me he dado cuenta que nunca seré un vendemucho.
    Gracias Ramón por compartir su saber.

    1. No, ni yo tampoco: vendepoquito, a todo tirar. 🙂

Los comentarios están cerrados.